Don't make me remember who I am; do not remind me who I am not, and, please, make me forget who I should be.

Cansada pero definida, segura, por una (e irónicamente última) vez en la vida. Abrir la puerta (oh, la manija, tan fría), el sonido del metal sin aceitar (rasga los tímpanos, vaya delicia), prender la luz (mágica luminescencia), respirar una vez, otra vez, y la curiosa sonrisa entre las predecibles lágrimas que no tienen ya ningún sentido pero persisten en seguir su camino hacia abajo.
Hoy día es exquisito sentir, estar atenta, observar todo con amor y ya extrañándolo; mirar mi imagen en el espejo, no, aún no la acepto mucho como mía pero al fin eso es irrelevante: hoy seré más mía que en cualquier otro día.
Abrir la cañería para llenar la tina con agua calientita (meter la mano, está perfecta); lo he visto en muchas películas así que asumo que hay una razón detrás. Me imagino que es para que continúe saliendo una vez abierta la vía: las virtudes del calor, te aceleran el pulso.
Whisky, varias pastillas de diazepám (pero no las suficientes), cocaína, una gillette. Todo al lado; desnudarse, meterse.
Acogedor y cómodo. Por un rato sumergirse y pensar por qué no puede ser así de simple, zambullirse y listo, el silencio y la familiaridad al vientre materno. Sí pues, ese era el paraíso, el cielo. Pero entonces no queda más que salir porque ya empieza a faltar el aire, y eventualmente comienzo a hablarme de nuevo, así que de ese silencio intrauterino ya no queda nada, lo sé.

Recuerdo que me la pasé escapando.
Hoy día yo la buscaré.

Agradecer, por lo que tuve y porque termina. Y como cobarde – pues si he de morir al final, al menos, quiero aceptarme – poner la anestésica coca en las muñecas, tomar el whisky, las pastillas (no las suficientes como dije, sólo las necesarias), y, ya con la vena adormecida, proceder a hacer el corte.
Todo es cómodo e indoloro.
Hasta bello, diría yo. Ver los caminos de la sangre, el rojo oscuro sobre el blanco de la cerámica de mi recipiente final, cómo llega al agua y la va coloreando.
Finalmente, lo de adentro está afuera.
Y lo hice yo, vaya poder.

Entonces viene el sueño, y me entrego.
Es todo tan placentero y tranquilizante, si bien aún tengo miedo.
Pero el cansancio supera a la esperanza, así que inevitablemente me duermo.


***


Tengo un extraño hobby: fantasear con mi propia muerte. Eh, quizás no sea tan extraño, quizás sea común entre los egocentristas sin amor propio, vaya uno a saber (hoy en día es imposible ser pionero u original); el punto es que el pensar en el final sirve del más patético de los consuelos, todos lo sabemos.
Ahora, claro, para mí el placer radica en que deseo hacerlo yo misma; sí, matarme, matarme es mi sueño supremo, poder hacerlo, morir por mi mano, ser Dios en el último día de mi vida.

Me la he pasado tratando de crear.
Y sé que es tan fácil destruir.
Creando o destruyendo somos un poco dioses, pero no lo suficiente.

Me opongo; si yo no he podido crearme (toda esta mierda que escribe al parecer no es más que un cúmulo de consecuencias) quiero poder destruirme. Y ser testigo consciente de ello; hacerlo en el total uso de mis facultades. Un día decirme “es hoy” y despedirme.
Sé que ese día amaré todo esto como nunca antes. Esa también es un poco la intención: estar agradecida. Ya que soy una malagradecida, no aprecio lo que se me da, no puedo disfrutar; soy una incapaz.
Hasta el placer termina en autotortura.
No hay salida para esto: ni el zen, ni el tao, ni los sueños, ni la negación.
Porque cuando viene la sensación, a veces ya ni la motiva el pensamiento.

Es todo una farsa.

…Un día me di cuenta que simplemente no podía creer más.
No creo en las personas, ni en la política, no creo en el amor ni creo en el arte.
La verdad es que no creo ni en mí.
Soy un muerto en vida, lo he dicho miles de veces.
Antes estaba muriendo, por eso todo lo sentía en demasía.
Hoy ya no siento ni mierda más que desesperación o sueño.
No quiero nada ya.
Ni siquiera ando contando los días: es todo un larguísimo día que no termina, no termina… Pero que inminentemente terminará, gracias a Dios.
Aparento estar perdida pero la verdad es que me he encontrado en la nada.
Pues nada de esto importa. Ni el reconocimiento, ni el dinero, ni el amor ni cumplir los sueños.
Todo da igual; el punto es que se está vivo.
¿Y qué le da tanta importancia a la vida?
Pues el hecho que es finita.


***


Algunas personas leerán esto y de ahí me verán. Intentarán relacionar a la persona que ahora escribe con la cojuda vestida de negro que sonríe o no, pero que les hablará como cualquier otra, y pensarán que este no es más que otro cuento.
Bueno, lo es.
Pues la persona que verán no será la misma que escriba esto.
Esta persona anda muy distante, y no los ve.
Ya nadie podrá interactuar con ella, si bien yo seré su representante.

...Es que anda muy lejos para intentarlo, lo notarán desde un principio; por eso, quizás se sorprendan de su propio desgano para salvar a la supuesta persona que escribe este texto; posiblemente se preguntarán ¿y por qué no tengo ganas de aconsejarle?
Es normal, no se preocupen.
No hay nada que salvar.

Ella será Dios un día y hará realidad el único sueño que aún le queda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno me presento primero mi nombre es anette cieza me gusta como te expresas, pero no concuerdo en algunas cosas, siento una desdicha que no creas que humano depende de algo es un punto muy exacto.

La vida es una ciudad silenciosa estamos muertos y cuando creemos morir recién estamos viviendo yo creo k nos vamos a la 11 dimensión nosotros estamos en la 9 de creer? No lo se. http://sinopsisdeunatragediafinal.blogspot.com/
Te dejo mi blog. bye