Sube el brazo, aguja en mano, casi no se puede mover. Pareciese que el respirar le es trabajoso ya, se olvida por momentos del inhalar, no movería sus brazos sino fuese por la inyección que por unos segundos se queda suspendida en el aire gracias al brazo dudoso, que la hace balancearse primero, como vibrando al ritmo de los ojos que se le voltean y ya no enfocan hacia nada, para bajar con cierta velocidad y sin ningún control aparente más que cuando aterriza con la base de la palma de la mano en el muslo y la aguja aún sin perforar nada, apresada diestramente por sus dedos.
Yo respiraba, respiraba rápido ya en la salita de espera. Era pequeña pero recordaba: ese líquido aceitoso es espeso y duele tanto cuando entra pues es como una aguja saliendo de otra, una serpiente parásita que ingresa ya no al torrente sanguíneo sino de frente al músculo, y va avanzando, avanzando fírme y destructivamente, abriendo camino entre los tejidos… Así la aguja esté ya fuera de la carne el antibiótico sigue haciendo trocha. Y por eso lloraba desde antes de entrar, aunque me dolieran las amígdalas y tuviese que quedarme en casa volando en fiebre cuando el clima ya estaba tibio yo iba a llorar porque me dolía demasiado y el comprender lo imperativo del acto no me facilitaba entender el por qué debía someterme a ese sentimiento tan intensamente incómodo que anulaba a todos los demás; el dolor...
Y mi testarudez no hacía más que complicar la situación, porque de ahí me tenían que agarrar entre cuatro para que no me mueva, y a veces mi propia pataleta hacía que me tuviesen que volver a pinchar, hasta tres pinchazos en una sola cita, lo cual implicaba, por supuesto, más dolor, lo que irónicamente me esforzaba tanto en evitar.
Hola, pasa. Estamos tomando unos tragos, ¿quieres whisky? Quieren sacar una revista, ah, ella es… Yo creo que los podría ayudar. ¿Cómo se llama…? Ah, literatura. Ellos van más hacia el rock. Si, creo que iré a ver si puedo traer un tronchito, por lo pronto, hablen pues.
Es mejor no decir nada y el parecía saberlo de manera intuitiva, por eso su elección. Habló un rato y todo normal hasta que se fue al baño por un momento pero cuando regresó ya no era el mismo; caminaba muy lento al comienzo, a los segundos parecía muy borracho… Casi se caía… pero, ¿cómo? ¿Tan rápido?
***
Ahora sé que es inminente la penetración de la aguja en el tejido, si bien me pregunto, en qué parte caerá, si ya casi ni puede controlar sus miembros. Sube, la mano se queda suspendida en el aire, parece bajar, otro momento de suspenso, roza su polo, le digo que ahí no, le toma su tiempo pero me hace caso, la sube de nuevo, la deja en el aire por un rato.
“¿O sea que estudiaste literatura?”
“…S-sí… “
“Ah… a ver, pínchate pues.”
Primero empezó por incrustarla en el jebe que contiene al líquido, todo muy lento porque seguía sedado si bien parecía que el efecto realmente intenso le duraba unos diez minutos y después ya podía moverse algo, al menos lo suficiente para juguetear con el pomito, en donde metía la aguja y absorbía el preciado elixir de la desconexión, de ahí la jalaba suave pero firmemente, un solo jalón con seguridad y la aguja estaba otra vez afuera, y la inyección llena nuevamente, para iniciar el proceso, el balanceo sin rumbo, bajarla, apoyarla en su muslo, quitarle la tapa, distraerse con alguna sensación, idea o visión, recordar que se iba a pinchar, observarla por un rato, sonreírle (proceso que demora en concretarse como treinta segundos), notar que habían otras personas en el cuarto, ponerse serio (otros treinta segundos), coger la inyección con la otra mano y taparla.
“Pínchate”
Me pareció que había llegado el tan anhelado momento, que esta vez sí lo haría… y fue entonces cuando vi su brazo. Era opaco, la piel seca y poco elástica, las venas marcadísimas y salidas; en mi afán por ver las huellas de los pinchazos – que parecían picaduras de insectos – me di cuenta de su diferencia, de que ya era de otra composición…
Ya, no debe sorprenderme, sabía que pasaría, así que mejor voy a ver. Ah, su expresión… Le han amarrado una chalina para que no se le abra la boca, con el rigor mortis que de hecho está por endurecerla lo mejor es mantenerla así por un rato, hasta que se amolde, y se quede con la boca algo cerrada, un poco más al menos, porque aún se le ven los dientes, claro, la dentadura postiza, porque los dientes los ha perdido hace tiempo, siempre tenía problemas con su dentadura, se le paraba rompiendo, vivía en el dentista cosa que sólo le molestaba porque tenía que gastar plata ya que el doctor era un joven buen mozo y eso siempre le levantó el ánimo.
Me regreso a mi computadora, escribo un rato, y de nuevo a mirarla. Empieza a hacer calor, y, conforme pasa el tiempo, más se le nublan los ojos, más se le endurece la piel, pierde elasticidad, los músculos se vuelven piedras, los huesos parecen fusionarse en una gran estructura inamovible (proceso que empezó cuando estaba viva aún), las venas son cables duros, la sangre ya parece seca, no tiene lágrimas, no está húmeda y se le nota sobretodo en los ojos.
Ojos entrecerrados que ya no miran a nada del entorno. La pupila dilatada, por ratos reconocen alguna forma y la persiguen, para de ahí olvidarla o ver otra cosa, y entonces, estancarse en el punto vacío, juraría que su ojo derecho está opaco, o más opaco que el otro al menos, tiene una coloración rara, hacia el amarillo, aunque están bien al fondo, recién lo noto, enterrados en la cuenca ocular, ah, si, se notan claramente los contornos de su cráneo, sus pómulos salidos, y esas ojeras que son agujeros cubiertos de piel, verdes y morados, esa piel, granulosa, en extremo texturizada y de un tono medicamentoso, sin brillo, sin humedad… Se ajusta el brazo y la piel se arruga tan fácil, sus dedos son tan delgados, su piel, tan fina. Y sus venas parecen querer escapar lo más pronto posible hacia la aguja, están tan salidas y verdes: sería imposible no encontrarlas, pero, qué nos importa en este caso, si hablamos de una inyección intramuscular, no de una intravenosa.
***
Presionándola sobre la piel entrecierra los ojos e intenta entrar, pero parece no poder, aún no tiene ni fuerzas ni control, pero si el elixir en la jeringa esperando su introducción parasitaria que se ha convertido en simbiótica ya; es evidente que la ama, que se aman. Y aunque en el frasco queda tan poco él lo atesora, y lo coloca gentilmente en su regazo, y vuelve a bajar la jeringa que está repleta, y la sube, y la pone entre sus dientes evitando que se caiga con una leve presión de sus mandíbulas, cosa que evidentemente requiere de esfuerzo. Entonces se da cuenta que estoy mirándolo pero qué va a notar mi grado de excitación, él ya no nota casi nada y lo envidio en cierta medida, sólo sabe que debe pincharse ya y entonces recuerda la jeringa entre sus dientes, y la coge y la mira con algo similar al entusiasmo pero en cámara lenta, y en ese momento está decidido de nuevo, y yo respiro más rápido mientras agradezco que los otros se hayan largado, porque no entenderían y no quiero que nos vean.
“Agárrenla, que está soltándose su pierna”
“Ay, pobrecita, si pues mi amorcito, si duele, pero sino no te curas, y aparte, es un ratito nomás.”
Se posiciona en un intento de comodidad pero en el estado que está es una tarea algo inútil, sube la jeringa, la suspende en el aire, lo ha hecho mil veces pero vagamente recuerda el dolor del pinchazo aún, la baja, presión sobre su piel, la aguja parece penetrar pero no lo hace, no, no es el lugar correcto, la vuelve a levantar para bajarla esta vez así, a la suerte, aterriza sobre su polo, se lo advierto, la vuelve a subir; a ciencia cierta no sé dónde acabará incrustada, cosa que me agita; esa aguja, bañada en fluidos humanos es un dragón de comodo, un arma suicida, y yo sentada al lado sin quererme mover, esa emoción es indescriptible e ilógica, ya, ha vuelto a subirla aunque parece reconocer vagamente mi expresión la cual intento ocultar para no pecar de inoportuna (por no decir enferma), sonríe o algo parecido, baja la mirada tratando de enfocarla en su jeringa, la que procede a viajar erráticamente por sobre su brazo, hasta que el punto es encontrado, y la engancha mientras entrecierra los ojos en una mueca similar al dolor o a una eyaculación demasiado intensa, y presiona, y presiona, hasta que se revienta la carne para permitir el paso del metal, es tan pequeño el agujero que no sale sangre, y la aguja va entrando con seguridad, ah, qué fuerte la aprieta, aprieta sus dientes, sus ojos, tarea repetida tantas veces y aún es tan intensa, presiona, entra, ya ha entrado pero sigue presionando, la punta de plástico está marcando su piel, está enrojecida como una picadura de zancudo pero él sigue apretando hasta más al fondo, y es entonces cuando empuja la base para que entre el liquido, y lo hace tan suavemente mientras presiona, y yo estoy agarrándome fuerte de la silla, mi respiración es demasiado rápida para no estarme moviendo, no, si me estoy moviendo levemente mientras lo miro y lo miro, y con la entrada de la ketamina al músculo pienso en lo bueno que es el estar solos, porque esa falta de respiración momentánea, ea sensación tan evidentemente intensa y alienante, y mi espalda ahora curvándose, pues dicen demasiado.