Domesticación

Control aparente en el cuadrilátero, o, al menos, el mísero consuelo de que no podrá escapar hasta que se le abra la puerta… El rehén es sometido momentáneamente y, por supuesto, de manera aparente, como todo aquí.

La presa sale a la terraza y toma sol en el patio mientras mueve la cola, alegre.

Es bonita la jaula, es cómoda y protege… Cárcel disfrazada de cubil, acoge cómodamente a los invitados como la mejor de los cuartos de hotel (en donde todo gira alrededor de la cama también). Hay un amplio espacio lleno cosas diversas que cuentan cuentos si sabes escucharlas, tal como todos los seres que la habitan.

La presa camina en círculos alrededor de la mesa; ésta es chata y circular, y es correctamente enmarcada por su compulsivo movimiento concéntrico.

Decoraciones coloridas y otras no tanto, la anfitriona-carcelera afirma que son un reflejo de La Dueña, quien realmente no planeó su diseño; desde su temprana infancia se dedicó a acumular objetos que atrapen eventos pasados, para así, con tan sólo un práctico giro sobre su eje, pueda recordar lo que es y asegurarse que aún está cuando mire a su alrededor.

La presa jadea; se escucha el leve pitillo de su tristeza, baja las orejas y apoya su hocico sobre sus patas, ya resignado, pero sin dejar de mirar a esa puerta.

El problema radica en que, aunque salten o duerman, todos inexorablemente presentan los síntomas neuróticos del encierro; así experimenten el síndrome de estocolmo en primera instancia, a las finales, siempre acaban queriendo escapar. Y la amaestradora es, pues, mala en su tarea, ¿no? Porque la muy tonta siempre les enseña como hace sus trucos y piruetas, les explica al detalle los secretos detrás de sus actos volviéndolos inútiles en su tarea manipuladora ya que sin misterio no hay magia.

La presa, ya entrenada, ha aprendido que, cuando la llave está dentro de la cerradura, con tan sólo un leve empujón y ese difícil giro de la perilla la puerta se abre por completo, y que se puede salir para nunca regresar, cosa que inminentemente acaba haciendo.

¡Idiota!, suelo gritarle a la entrenadora, ¡ese conocimiento que regalas como limosna se concreta en la llave que intentas esconder tan mal entre las piernas, y que te quitan tan fácil! Ya que suele colgar por fuera del cinturón, a vista y paciencia de todos los “invitados” que ni bien entren la barren de arriba a abajo para encontrar que cosa es lo que pueden robarle (gusta colgarse sus verdades cual ekeko), porque, acéptalo, ellos solo vienen para eso, para llevarse lo que puedan y dejarte sin nada, y tú, siempre tan ingenua, continuas repartiendo pistas compulsivamente para sentirte menos sola en tu dialogo imposible con las bestias a las cuales intentas someter a la primera oportunidad que se te presenta, persistiendo en tu patética esperanza de que algún día una de ellas te responderá para así no sentirte tan sola en tu monologo interminable siempre interrumpido por su propio eco rebotando en las opacas paredes de tu habitación.

1 comentario:

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