Coronas Plateadas
Temía que nunca más gustase de las flores. Eso, ante todo, pues la soledad le significaba tan sólo una breve espera, y no quería dejar de disfrutar de aquello que les llevó a mudarse a Tarma hace ya tanto: el persistente aroma a flores.
Recordó cuando la miraba y le decía para molestarla, “no empañes tu mirada por mi, princesita” al ver su ojos nebulosos por las lagrimas de devoción hacia él...
Hoy la niebla ya no sólo cubría sus pupilas como cuando la encontró por la mañana; al parecer, esta había rebajado la intensidad del azul del cielo, del amarillo del sol. El río fluía pavonado entre los otrora verdes cerros: con la transparencia del agua se fue su fresco sabor también, pensó, mientras sorbía un poco de ella.
Todo le era insípido, la yerba no olía a yerba y las flores…
Las flores apestaban.
*
¿Cómo pudo una papaya pasar de llamarse Olga a parecerse a G.?
…G. tiene una sonrisa amplia y azteca (vive en México hace 6 meses, pero no, no es eso).
Un día, mientras tomábamos ron con coca cola, me permitieron comer un poco de la papaya en cuestión, para lo cual le hice un corte alongado y sonriente al lado del “Olga” que tenía escrito (en "honor" a la mamá de uno de los presentes). Les comenté del parecido de la ahora intervenida fruta con mi buen amigo G., ante lo cual los otros sólo pararon de reír cuando José procedió a reventarse la papaya en la cabeza, justo antes de hacerlo contra la piedra en punta que sobresalía de la pared y salpicarlo todo de naranja y rojo.
*
Detalle
-Aunque estaba agitado y húmedo, logré notar el naranja intenso del sol que gigante, se imponía en el horizonte. Los árboles -morados por contraste complementario- tapaban parcialmente su brillo, justo lo suficiente para que se vea todo perfectamente delineado en su reflejo sobre el agua, que se ondeaba vagamente al ritmo del viento que era tan tibio, tan cálido como un abrazo…
-Señor acusado, por favor, limítese a relatarnos los hechos- dijo el juez.
*
Ave negra
Visto desde arriba todo era igual de hermoso; todo era de ella. El aire albergaba pocos competidores, y, con el estómago lleno, equivalía al paraíso: acariciando las plumas o golpeando su cuerpo como un dios furioso, todo dependía de saberlo tratar y dejarse llevar; sentir una corriente viniendo y atraparla, entonces, relajarse y entregarse.
Abajo, los ríos fluían como nervios o vasos sanguíneos; era divertido acercarse para mirar lo que pasaba allí, pues siempre sucedía algo digno de ser observado por debajo de las copas de los árboles (aunque fuese peligroso), cuyas hojas hoy brillaban con la escarcha liquida que dejaba las lluvias. Lo único malo fue esa vez en que la curiosidad mató al gato (oh, ironía); cautivada por saber lo que sucedía debajo, decidió poner el nido en la zona de los tordos, tan apropiada por la vista (altas copas mantendrían a distancia a los polluelos, se aseguraba) y tan cómoda para estar y ver todo el pequeño mundo de los bichos por debajo… Muy tarde se dio cuenta que todo ese tiempo se la pasó empollando a un huevo de tordo entre los suyos, quien, ni bien nació -pues nació primero-, empujó a todos los demás huevos al crecido pasto.
Temía que nunca más gustase de las flores. Eso, ante todo, pues la soledad le significaba tan sólo una breve espera, y no quería dejar de disfrutar de aquello que les llevó a mudarse a Tarma hace ya tanto: el persistente aroma a flores.
Recordó cuando la miraba y le decía para molestarla, “no empañes tu mirada por mi, princesita” al ver su ojos nebulosos por las lagrimas de devoción hacia él...
Hoy la niebla ya no sólo cubría sus pupilas como cuando la encontró por la mañana; al parecer, esta había rebajado la intensidad del azul del cielo, del amarillo del sol. El río fluía pavonado entre los otrora verdes cerros: con la transparencia del agua se fue su fresco sabor también, pensó, mientras sorbía un poco de ella.
Todo le era insípido, la yerba no olía a yerba y las flores…
Las flores apestaban.
*
¿Cómo pudo una papaya pasar de llamarse Olga a parecerse a G.?
…G. tiene una sonrisa amplia y azteca (vive en México hace 6 meses, pero no, no es eso).
Un día, mientras tomábamos ron con coca cola, me permitieron comer un poco de la papaya en cuestión, para lo cual le hice un corte alongado y sonriente al lado del “Olga” que tenía escrito (en "honor" a la mamá de uno de los presentes). Les comenté del parecido de la ahora intervenida fruta con mi buen amigo G., ante lo cual los otros sólo pararon de reír cuando José procedió a reventarse la papaya en la cabeza, justo antes de hacerlo contra la piedra en punta que sobresalía de la pared y salpicarlo todo de naranja y rojo.
*
Detalle
-Aunque estaba agitado y húmedo, logré notar el naranja intenso del sol que gigante, se imponía en el horizonte. Los árboles -morados por contraste complementario- tapaban parcialmente su brillo, justo lo suficiente para que se vea todo perfectamente delineado en su reflejo sobre el agua, que se ondeaba vagamente al ritmo del viento que era tan tibio, tan cálido como un abrazo…
-Señor acusado, por favor, limítese a relatarnos los hechos- dijo el juez.
*
Ave negra
Visto desde arriba todo era igual de hermoso; todo era de ella. El aire albergaba pocos competidores, y, con el estómago lleno, equivalía al paraíso: acariciando las plumas o golpeando su cuerpo como un dios furioso, todo dependía de saberlo tratar y dejarse llevar; sentir una corriente viniendo y atraparla, entonces, relajarse y entregarse.
Abajo, los ríos fluían como nervios o vasos sanguíneos; era divertido acercarse para mirar lo que pasaba allí, pues siempre sucedía algo digno de ser observado por debajo de las copas de los árboles (aunque fuese peligroso), cuyas hojas hoy brillaban con la escarcha liquida que dejaba las lluvias. Lo único malo fue esa vez en que la curiosidad mató al gato (oh, ironía); cautivada por saber lo que sucedía debajo, decidió poner el nido en la zona de los tordos, tan apropiada por la vista (altas copas mantendrían a distancia a los polluelos, se aseguraba) y tan cómoda para estar y ver todo el pequeño mundo de los bichos por debajo… Muy tarde se dio cuenta que todo ese tiempo se la pasó empollando a un huevo de tordo entre los suyos, quien, ni bien nació -pues nació primero-, empujó a todos los demás huevos al crecido pasto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario